Pues resulta que ahora tengo mucho tiempo libre porque, aunque debiera trabajar también los fines de semana, yo fuera de una biblioteca, no funciono. Y este fin de semana he decidido que pasaba de todo y me he ido a hacer cosas que nunca había hecho y que ya me valía.
El sábado me fui a la playa porque hacía “bueno”. Esto es, superábamos los 20 grados y no llovía. Suficiente para que la que esto escribe se cogiera la mochila y se fuera a Scheveningen. Sí, aún no sé cómo he llegado a saber pronunciar eso, que es tan difícil de decir que los holandeses lo utilizaban como contraseña contra los alemanes en la Segunda Guerra Mundial, y que menos las enes, todas las letras se dicen diferente del español. Llegué, me unté de cremita, y hale, a tomar el sol. Y me ha cogido, oiga, a ver, que el blanco nuclear no es mi color natural. Tengo una piel cojonuda. La playa es la leche, aunque el pueblo es una mezcla del peor Suances y el mejor Benidorm (lo cual tampoco es decir mucho…): chiringuitos con olor a fritanga, chiringuitos con abuelas con niños y con tumbonas, chiringuitos de salir, vestigios de pueblo marinero (como lo era Benidorm y sigue siendo Suances), tiendas de camisetas de “Alguien que me quiere mucho me ha traído esta camiseta de Scheveningen” y hoteles y casas de verano, apartamentos de ciudades de playa con dos habitaciones donde los post-adolescentes tardíos sin ingresos como yo nos hacinamos.
Sin embargo la playa es absolutamente genial. No está masificada, la arena no quema porque este sol no calienta, casi no hay viejas holandesas gordas haciendo topless, para eso está Torremolinos, y que los españoles nos traguemos los esperpentos. La playa, lo miré en Google Maps, mide 90 km, y Scheveningen está en medio. Como no solo el país es plano, sino que no tiene una costa abrupta (¿se dice así? Mi español se contamina de inglés y el otro día dije “tarde suficiente”, que me suena a peli de James Bond mal traducida). Por eso al sur, desde Scheveningen, se ve el puerto de Rotterdam y todas las plantas químicas que hay, y al norte se distingue un skyline que no se muy bien de qué ciudad es, soy terrible para eso. Claro, esto el día que hace bueno y está despejado. O sea, que no os flipéis con verlo si alguna vez os pasáis por allí.
Otra cosa genial que tiene la playa ésta, es que la arena es fina, y casi no tiene mierda de origen humano: ni cigarrillos ni condones. Pero tiene mierda de origen animal: de gaviotas y palomas. Mira que con todos los animales que se extinguen en el mundo, las palomas duren… No nos quejemos, en el fondo esto es “interactuar” con la naturaleza, ¿no?
Por supuesto no todo podía ser bonito: si la playa no está masificada es porque en Holanda es verano durante dos días, y no me atrevo a tocar el agua. Además, el gallito de playa es una especie que habita en todas las playas: junta arena+chiringuito+agua salada y ahí, con ese mejunje, sale un tío cachas, depilado, tatuado, con una novia fan del Claire’s llena de piercings, y con cara de ponerse de todo en cuanto puede, sobre todo de anabolizantes de gimnasio. Y también sale la señora de 50 años que no acepta que no es joven, no está delgada, y no tiene el pecho firme, y por eso hace topless para que tú decidas que a partir de ahora te vas a cuidar.
En fin, que esto debe ser la cultura occidental globalizada, todo se parece: la gente de pueblo es igual en todas partes, los yonquis que le daban a la heroína en los 80 son iguales en todas partes, los chonis son iguales en todas partes, la gente pobre es igual en todas partes, y aquí los ingenieros siguen teniendo el culo gordo y más ancho que los hombros. Así que la playa, lo mismo.
Y por eso vuelvo a tener marca del bikini en vez de moreno agroman.
lunes, 10 de agosto de 2009
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1 comentario:
mira q dejarme con las ganas de conocer playa holandesa! por lo menos ahora las holandesas no podrán decirte q eres muy blanquita! jajajjaja
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