lunes, 8 de diciembre de 2008

Bélgica

Este fin de semana hemos hecho nuestro primer viaje Erasmus, que ya me vale, aunque conozco todo lo que hay que ver en Holanda en 60 km a la redonda de mi casa, y es bastante.
Hemos ido a Bélgica, lo que yo siempre he considerado el país de los rancios, con perdón, pero es que ni los suecos ni los noruegos ni los finlandeses parecen tan sosos como ellos. Y estoy bastante sorprendida. No pensaba que fuera a ser como ha sido ni que fuera tan bonito.
Lo mejor del viaje ha sido, como suele ocurrir, la compañía, ya que aunque intentamos ser muchos, al final solo hemos ido cuatro personas, con lo que eso conlleva en ahorro de transporte y de tiempo, porque es mucho más sencillo mover a otros tres vagos que mover a quince, y porque así se llega a un acuerdo mucho más rápidamente. A pesar de quejarme de haberme tenido que levantar tan temprano, nos ha cundido mucho el tiempo y hemos visto muchas cosas.
Aunque salí un rato el viernes y llegué a casa a las 2.30, me levanté a las 6.30 para ir a Bélgica el sábado, y aguanté como una campeona porque un fin de semana me lo puedo permitir, y tengo 23 años muy bien llevados, no como mi hermano, que es un vaguzo que no puede salir de fiesta y hacer turismo al día siguiente. Esta pequeña paliza nos permitió estar a las 9 en Gante, y disfrutar de un sitio que no me lo imaginaba ni la mitad de bonito, con su catedral, sus casas antiguas y sus canales. Es más de lo mismo, para los holandeses y los flamencos, pero para la gente del sur de Europa, parece de cuento de hadas. Además, como San Nicolás en Bélgica viene el día 6 de diciembre en vez del 5, estaba todo lleno de tiendecitas de Navidad. Esto es gracioso, porque solo a nosotros se nos ocurre comprar pastel de jengibre, una cosa que a pesar de estar buena, era una pasta donde meter los dedos como cuando era pequeña y me pringaba (aposta) entera de chocolate.
Después fuimos a Brujas, que en holandés es Brugge y significa...¡puentes! Te lo pintan tan bonito que al final decepciona, porque además estaba lleno de turistas españoles gritones (no lo quiero pensar cuando me monte en metro el día 18, quiero morir), y llovía, y el resto del tiempo hacía sol y buena temperatura. Puntualizo, no hacían falta los guantes, pero el abrigaco era estrictamente necesario.
Y por la noche a Bruselas, que me ha encantado y me ha quitado todos los prejuicios de golpe y porrazo. De nuevo estaba colonizada por domingueros del no-puente de la Constitución, pero se la ve una ciudad viva, llena de gente, que sale, que entra, que compra, que come bombones y gofres y que bebe cerveza. Una pinta de cerveza, dos euros, con música en directo y sin entrada. A ver qué supera eso. Y en un bar había que bailar en las mesas. Hasta las cuatro de la mañana, y seguía abierto, y en Madrid con lo del Balcón de ....... a las tres a casita.
El domingo vimos el Atomium y más Bruselas, y Amberes, que se llama en holandés Antwerpen, ahí es nada, no sé de dónde nos hemos sacado lo de Amberes, pero el belga de mi casa no sabe que en francés se dice Anvers... (con acento raro en algún sitio, lo siento, RAE, pero esto ya no es de su incumbencia). Mis amigos y yo ya estábamos para el arrastre y sin pilas en las cámaras, pero aún así me pareció bastante bonito, aunque ya casi holandés.
En Bélgica me han llamado la atención varias cosas: odio el chocolate después de comerme un gofre con medio kilo por encima que me ha llenado la cara de granos; el sol calienta; los mejillones no son cosa solo de gallegos; a veces entiendo los carteles que ponen por la calle, gracias, profesores de francés del mundo. Y la gente no es tan guapa como los holandeses, no montan en bici, y comen cosas mucho más sabrosas, a pesar de que el café es bastante más malo que en Holanda (no se puede comparar con España porque juega en otra liga, y casi que a otro deporte).
Y tienen cerveza. Litros de cerveza barata. Litros de cerveza buena. Litros y litros. Millones de litros.

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