viernes, 19 de diciembre de 2008

Madrid...

Ay, por fin. Ayer llegué a Madrid, un poco resacosa e infinitamente cansada, pero contenta. Me fui a la estación de Delft con cara de tonta, me monté en el tren con cara de idiota, embarqué con cara de lela, y cuando estábamos aterrizando, me di cuenta de que esto es lo que me gusta. Un poco. Vi las montañas, el sol, el cielo azul, mi sombra proyectada en el suelo más corta a las 5 de la tarde que a mediodía en Holanda.
Me encanta Madrid. Me encanta que tú puedas decidir si quieres luz o no, porque las bombillas son más potentes (ellos más civilizados, no hay bombillas de 100 W en Holanda, o no las he visto, así contaminan menos) y porque hay persianas. Me encantan mis padres, y mi novio, y la ilusión que me hizo ayer verlos a todos, que se me caían las lágrimas aunque ellos no se dieran cuenta. Y me gusta la tele en español, y mi casa limpia, donde se puede andar descalza, y el sofá firme, y mi cama grande y rígida, y ya no me da miedo tocar algo a ver si me pringo (porque además ahora hay servilletas). Me encanta esto. Me gusta España. Adoro mi casa (a ver cuánto me dura, cuando mi madre y mi abuela se pongan a discutir). Y eso que hace un frío muy rico, pero no llueve, no necesito orejeras, está bien.
Hay sin embargo cosas que echo de menos, como mi bici azul. Más mona...
De verdad, lo que ahora echo de menos es Holanda, porque la gente con la que estoy todo el rato por ahí me encanta y no es por bailarles el agua, si no porque me parece que son gente que merece mogollon la pena, y hablamos casi todos los días, y suple muy bien a mi familia y a mis amigos de Madrid, que, por cierto, estoy deseando ver.
Pero Madrid, es Madrid, y es la mejor ciudad del mundo aunque nadie lo crea.

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